El Aeropuerto de las Vasijas
La cultura se consume de energías, y a la vez es igual,
hablando sintéticamente. La cultura no se crea ni se destruye, solo se
transforma. Desconocemos el origen de la energía, como también el de la
cultura, y sin embargo movemos los pies y saltamos, abrazando la bruma que
esconden los destellos de un rey que nos rodea.
En el aeropuerto todos parpadean cada vez menos, y pequeños
organismos danzan al son de tambores que entorpecen a todos, haciéndoles trepar
muros, pues todos tenemos manos, pies, piernas y brazos, mas nadie danza como
esos organismos evolucionados que parecen ser tan flexibles como las ramas de
las gerberas. No se me ocurre otro
nombre, quizá porque por suerte lo he escuchado de boca de mi madre, que
bendita y me trajo hasta aquí, donde la tierra, el aire, el fuego y el agua se
vuelven uno en perfecta simetría y armonización. En almas envueltas en cuerpos, que capa tras
capa son menos naturales y aunque no deseamos desvestimos a gusto y placer.
Siguen las vueltas y danzas, sonrisas y manos retumbando, ya
sea una con una, o una con tambor. Tambores que fueron sacados al aire libre, y
que como toda costumbre humana, queda opacada por un ente no menos natural,
pero si menos alentado por la cultura. De esos antagonistas que miran a un
pianista y le cortan las manos, miran a un pintor y descabellan la madera de
los pinceles, miran gente sonriente y armonía y se quejan de lo que respiran,
de lo que huelen, de lo que miran. Extraños entes que con el poder del metal y
pólvora desventuraron a nuestros ancestros, acallando a las vasijas para
cambiarlas por lo plástico y menos convencional.
Aquí el olvido deja de estar tuerto y el culto es aprendiz
del poder, que cuando llega a los límites, observa sobre el hombro su entorno,
no para cargarle como un anda solitaria, sino para ofrecer un motivo para pedir
permiso y brindar libertad a quienes bailan, aquí, en el aeropuerto.
Mientras algunos despegan, otros mas se alientan con la
única necesidad del sonido, agotando la creatividad sonora para no oír
retumbos, camiones o pólvora mezclada.
El poder no pide permiso, mas acalla a quienes le acechan.
Callaron el sonido y todo a su vez se aleja. Mientras nos pares de ojos
deambulan por en medio de los jardines, el baile sigue y todos imaginamos un
escenario. Cerraron los tambores y ya solo vemos cabizbajos que no les miran,
pierden en cultura y ganan en olvido.
Ahora ya solo admiran cuerpos sin pintura, que con un par de
trapos limpian las vasijas de los ancestros enclaustrados en los tambores
silenciados, que formaron cultura – me tuvieron aquí sentado - formaron la energía.
Tapar los oídos no mata ni calla el pensamiento, sea insana nuestra herida y en vano nuestro aliento. No pedimos adquirirla, y tampoco queremos perderla, mas el poder a hierro mata, estando seguro que no habrá para él extinción.
Que no maten la cultura, que no callen nuestros tambores, que no rompan las vasijas, y aunque lo hagan, sean quienes gritan y alzan la voz a favor de la cultura quienes bailen seguros con el viento a su favor.
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"El aeropuerto", ese lugar en el que se descansa, se respira, se disfruta y se empalaga. Donde esa tarde ví a un grupo de jóvenes bailar, alegría irradiar y por un oficial el sonido desquitar. Miles se acercaron, ellos saltaban de un lado al otro sin parar, y al final, tuvieron que alejarse, todos dejaron de alentarse, de verles por la simpleza de un dulce tambor no poder escuchar.
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