martes, 25 de septiembre de 2012

Narración de un Sueño (Abreviado)


Narración de un Sueño (Abreviado)

Te soñé aquí, a mi lado: suave, aterciopelada. Toqué con mis manos tus cabellos y mis motivos se volvieron más austeros cuando caí en la cuenta que mi modestia de tenerte en mis pensamientos me limitaba a tenerte físicamente. Mi empedernido gusto por lo difícil me llevó a cometer un crimen contra la fragilidad de nuestros sentimientos y es allí donde entras en escena.

Recosté mi cabeza, llena de tumores y vacíos que olían a veneno, a resaca de los besos que nunca me han regalado y al amor que temo por no haberle encontrado, o no haberme encontrado.

Libre batallas contra la amnistía del amor ciego, logrando opacar algunos sentimientos que flotaban a flor de piel. Todas las noches esperaba mi almohada, recibir algún despecho, una lágrima o una mirada. Nunca pensé que fuera un sueño, y por eso alcé mi voz contra los tormentos de la esperanza que esparcían mis ojos. Cargaba sobre los hombros un pequeño cartel, llamándote a gritos y pidiéndote que lo vieras. Era de noche y yo lo miraba claramente, íbamos frente a unos árboles de eucalipto y solo veía la tierra en mis zapatos.

Nunca había estado más solo que cuando huía, del apoderamiento del territorio blindado de tu alma, nada sobrepasaba mis barreras sentimentales, y sin embargo allí estabas, sentada en una esquina de ese recuadro negro, sin luz, opaco pero difuminado justo en ese sitio. No se si eran tus ojos, si eran los míos, conseguía divisar tus labios, mas no los míos. Todo fue en vano, quizá el amor no existió. Si lo hizo, una semilla en mi habrá dejado, mas si siempre me obvió, nunca le buscaré. Quiero destronarle esa corona, aunque besarte sea mi única compasión.

M.


M.

No eran arte las lágrimas hasta que rodaron por las mejillas. No eran arte los ojos hasta que les retrataron. El tiempo, decía mi abuelo, debería ir en avance desde que aparecieron. Antes de ellas, no había quien sintiera olor a las rosas, quien empalmara a la perfección la emoción y los sentimientos. Antes de ellas no nacíamos, solo aparecíamos bajo un árbol, que mecía entre sus brazos nuestras añoranzas.

Benditos los ojos que las retratan, que las han usado para imaginar mundos idealizados de color. Benditos los oídos que quedan sordos al sentir el suave vapor de sus respiros. Benditos los ojos que se han cerrado, pues lo que imaginan y sueñan es lo que ven cuando están, y no están presentes. No bastan las palabras, mas la naturaleza me lo ruega, pues son el condimento para embellecerlas.

Ellas, que no necesitan capullo para embellecer, ni alas para volar sobre las cabezas, no necesitan que posen sobre sus manos, las muestras de amor. Transforman en arte todo sobre lo que se reflejan y estas ventanas de mi alma que las reflejan, se llenan de color, artilugios y refugio de nuestra inspiración.

Tomar un dedo con elegancia no tenía tanta satisfacción, y unos labios que hablan por si mismos, que siguen tratando de explicarnos su función, mientras unen nuestro motivo de su movimiento. Bella y tersa piel, sobre la que resbala el agua y posan mis más bellas emociones.

Páginas escritas bajo sus nombres, música que suena al son de las notas de su voz. Torrente y puente desde la algarabía del corazón. No era música la voz hasta que endulzaron nuestros oídos con pasión y hablaron sobre la relación de su lado más virtuoso y su condición del corazón.

Las hay de todos tipos: altas, bajas, sonrientes y serias. Caprichosas, reservadas, amorosas y compasivas. Las hay de ojos grandes, pequeños, rasgados y exclamativos. Se hace difícil describirles, mas su rasgo más característico es el corazón. Aquello que pocos hombres ven y algunos confunden. Algunas que empalagan y otras que engolosinan, mas lo importante de las sonrisas es que sean el motivo y del llanto implorativas, cuando honra no se les hace a la significancia de su presencia en nuestras vidas.

Belleza, ese término análogo de sus caricias y las terminaciones nerviosas no revelan, sino una serie de consecuencias, todas ellas con lesiones que solo ellas producen y solo ellas pueden curar. Así es pues, el amor de unas doncellas, aquí en la tierra llamamos mujeres y en nuestros desvelos inspiración, mas por mí solo habrá una a la espera, que no vacila su intención.



El Aeropuerto de las Vasijas

El Aeropuerto de las Vasijas


La cultura se consume de energías, y a la vez es igual, hablando sintéticamente. La cultura no se crea ni se destruye, solo se transforma. Desconocemos el origen de la energía, como también el de la cultura, y sin embargo movemos los pies y saltamos, abrazando la bruma que esconden los destellos de un rey que nos rodea.

En el aeropuerto todos parpadean cada vez menos, y pequeños organismos danzan al son de tambores que entorpecen a todos, haciéndoles trepar muros, pues todos tenemos manos, pies, piernas y brazos, mas nadie danza como esos organismos evolucionados que parecen ser tan flexibles como las ramas de las gerberas.  No se me ocurre otro nombre, quizá porque por suerte lo he escuchado de boca de mi madre, que bendita y me trajo hasta aquí, donde la tierra, el aire, el fuego y el agua se vuelven uno en perfecta simetría y armonización.  En almas envueltas en cuerpos, que capa tras capa son menos naturales y aunque no deseamos desvestimos a gusto y placer.

Siguen las vueltas y danzas, sonrisas y manos retumbando, ya sea una con una, o una con tambor. Tambores que fueron sacados al aire libre, y que como toda costumbre humana, queda opacada por un ente no menos natural, pero si menos alentado por la cultura. De esos antagonistas que miran a un pianista y le cortan las manos, miran a un pintor y descabellan la madera de los pinceles, miran gente sonriente y armonía y se quejan de lo que respiran, de lo que huelen, de lo que miran. Extraños entes que con el poder del metal y pólvora desventuraron a nuestros ancestros, acallando a las vasijas para cambiarlas por lo plástico y menos convencional.

Aquí el olvido deja de estar tuerto y el culto es aprendiz del poder, que cuando llega a los límites, observa sobre el hombro su entorno, no para cargarle como un anda solitaria, sino para ofrecer un motivo para pedir permiso y brindar libertad a quienes bailan, aquí, en el aeropuerto.

Mientras algunos despegan, otros mas se alientan con la única necesidad del sonido, agotando la creatividad sonora para no oír retumbos, camiones o pólvora mezclada.

El poder no pide permiso, mas acalla a quienes le acechan. Callaron el sonido y todo a su vez se aleja. Mientras nos pares de ojos deambulan por en medio de los jardines, el baile sigue y todos imaginamos un escenario. Cerraron los tambores y ya solo vemos cabizbajos que no les miran, pierden en cultura y ganan en olvido.

Ahora ya solo admiran cuerpos sin pintura, que con un par de trapos limpian las vasijas de los ancestros enclaustrados en los tambores silenciados, que formaron cultura – me tuvieron aquí sentado -  formaron la energía.



Tapar los oídos no mata ni calla el pensamiento, sea insana nuestra herida y en vano nuestro aliento. No pedimos adquirirla, y tampoco queremos perderla, mas el poder a hierro mata, estando seguro que no habrá para él extinción. 
Que no maten la cultura, que no callen nuestros tambores, que no rompan las vasijas, y aunque lo hagan, sean quienes gritan y alzan la voz a favor de la cultura quienes bailen seguros con el viento a su favor.


"El aeropuerto", ese lugar en el que se descansa, se respira, se disfruta y se empalaga. Donde esa tarde ví a un grupo de jóvenes bailar, alegría irradiar y por un oficial el sonido desquitar. Miles se acercaron, ellos saltaban de un lado al otro sin parar, y al final, tuvieron que alejarse, todos dejaron de alentarse, de verles por la simpleza de un dulce tambor no poder escuchar.